martes, 30 de octubre de 2012

Maradona, y nuestro deber de la memoria


De Eduardo Sacheri:    ME VAN A SABER DISCULPAR



(narrado por Alejandro Apo)




Me van a tener que disculpar. Yo sé que un hombre que pretende ser una persona de bien debe comportarse según ciertas normas, aceptar ciertos preceptos, adecuar su modo de ser a determinadas estipulaciones convenidas por todos. Seamos más explícitos. Si uno quiere ser un tipo coherente debe medir su conducta, y la de sus semejantes, con la misma e idéntica vara. No puede hacer excepciones, pues de lo contrario bastardea su juicio ético, su conciencia crítica, su criterio legítimo.
Uno no puede andar por la vida reprobando a sus rivales y disculpando a sus amigos por el sólo hecho de serlo. Tampoco soy tan ingenuo como para suponer que uno es capaz de sustraerse a sus afectos y a sus pasiones, que uno tiene la idoneidad como para sacrificarlos en el altar de una imparcialidad impoluta. Digamos que uno va por ahí intentando no apartarse demasiado del camino debido, tratando de que los amores y los odios no le trastoquen irremediablemente la lógica.
Pero me van a tener que disculpar, señores. Hay un tipo con el que no puedo. Y ojo que lo intento. Me digo: no puede haber excepciones, no debe haberlas. Y la disculpa que requiero de ustedes es todavía mayor, porque el tipo del que hablo no es un benefactor de la humanidad, ni un santo varón, ni un valiente guerrero que ha consolidado la integridad de mi patria. No, nada de eso. El tipo tiene una actividad mucho menos importante, mucho menos trascendente, mucho más profana. Les voy adelantendo que el tipo es un deportista. Imagínense, señores. Llevo escritas doscientas sesenta y tres palabras hablando del criterio ético y sus limitaciones, y todo por un simple caballero que se gana la vida pateando una pelota. Ustedes podrán decirme que eso vuelve mi actitud todavía más reprobable. Tal vez tengan razón. Tal vez por eso he iniciado estas líneas disculpándome.
No obstante, y aunque tengo perfectamente claras esas cosas, no puedo cambiar mi actitud. Sigo siendo incapaz de juzgarlo con la misma vara con la que juzgo al resto de los seres humanos. Y ojo que no sólo no es un pobre muchacho saturado de virtudes. Tiene muchos defectos. Tiene tal vez tantos defectos como quien escribe estas líneas, o como el que más. Para el caso es lo mismo. Pese a todo, señores, sigo sintiéndome incapaz de juzgarlo. Mi juicio crítico se detiene ante él, y lo dispensa.
No es un capricho, cuidado. No es un simple antojo. Es algo un poco más profundo, si me permiten calificarlo de ese modo. Seré más explícito. Yo lo disculpo porque siento que le debo algo. Le debo algo y sé que no tengo forma de pagárselo. O tal vez ésta sea la peculiar moneda que he encontrado para pagarle. Digamos que mi deuda halla sosiego en este hábito de evitar siempre cualquier eventual reproche.
Él no lo sabe, cuidado. Así que mi pago es absolutamente anónimo. Como anónima es la deuda que con él conservo. Digamos que él no sabe que le debo, e ignora los ingentes esfuerzos que yo hago una vez y otra por pagarle.
Por suerte o por desgracia, la oportunidad de ejercitar este hábito se me presenta a menudo. Es que hablar de él, entre argentinos, es casi uno de nuestros deportes nacionales. Para enzalzarlo hasta la estratósfera, o para condenarlo a la parrilla perpetua de los infiernos, los argentinos gustamos, al parecer, de convocar su nombre y su memoria. Ahí es cuando yo trato de ponerme serio y distante, pero no lo logro. El tamaño de mi deuda se me impone. Y cuando me invitan a hablar prefiero esquivar el bulto, cambiar de tema, ceder mi turno en el ágora del café a la tardecita. No se trata tampoco de que yo me ubique en el bando de sus perpetuos halagadores. Nada de eso. Evito tanto los elogios superlativos y rimbombantes como los dardos envenenados y traicioneros. Además, con el tiempo he visto a más de uno cambiar del bando de los inquisidores al de los plañideros aplaudidores, y viceversa, sin que se les mueva un pelo. Y ambos bandos me parecen absolutamente detestables, por cierto.
Por eso yo me quedo callado, o cambio de tema. Y cuando a veces alguno de los muchachos no me lo permite, porque me acorrala con una pregunta directa, que cruza el aire llevando específicamente mi nombre, tomo aire, hago como que pienso, y digo alguna sandez al estilo de «y, no sé, habría que pensarlo»; o tal vez arriesgo un «vaya uno a saber, son tantas cosas para tener en cuenta». Es que tengo demasiado pudor como para explayarme del modo en que aquí lo hago. Y soy incapaz de condenar a mis amigos al tórrido suplicio de escuchar mis argumentos y mis justificaciones.
Por empezar les tendría que decir que la culpa de todo la tiene el tiempo. Sí, como lo escuchan, el tiempo. El tiempo que se empeña en transcurrir, cuando a veces debería permanecer detenido. El tiempo que nos hace la guachada de romper los momentos perfectos, inmaculados, inolvidables, completos. Porque si el tiempo se quedase ahí, inmortalizando a los seres y a las cosas en su punto justo, nos libraría de los desencantos, de las corrupciones, de las infinitas traiciones tan propias de nosotros los mortales.
Y en realidad es por ese carácter tan defectuoso del tiempo que yo me comporto como lo hago. Como un modo de subsanar, en mis modestos alcances, esas barbaridades injustas que el tiempo nos hace. En cada ocasión en la cual mencionan su nombre, en cada oportunidad en la cual me invitan al festín de adorarlo y denostarlo, yo me sustraigo a este presente absolutamente profano, y con la memoria que el ser humano conserva para los hechos esenciales me remonto a ese día, al día inolvidable en que me vi obligado a sellar este pacto que, hasta hoy, he mantenido en secreto. Un pacto que puede conducirme (lo sé), a que alguien me acuse de patriotero. Y aunque yo sea de aquellos a quienes desagrada la mezcla de la nación con el deporte, en este caso acepto todos los riesgos y las potenciales sanciones.
Digamos que mi memoria es el salvoconducto para volver el tiempo al lugar cristalino del cual no debió moverse, porque era el exacto sitio en que merecía detenerse para siempre, por lo menos para el fútbol, para él y para mí. Porque la vida es así, a veces se combina para alumbrar momentos como ése. Instantes después de los cuales nada vuelve a ser como era. Porque no puede. Porque todo ha cambiado demasiado. Porque por la piel y por los ojos nos ha entrado algo de lo cual nunca vamos a lograr desprendernos.
Esa mañana habrá sido como todas. El mediodía también. Y la tarde arranca, en apariencia, como tantas otras. Una pelota y veintidós tipos. Y otros millones de tipos comiéndose los codos delante de la tele, en los puntos más distantes del planeta. Pero ojo, que esa tarde es distinta. No es un partido. Mejor dicho: no es sólo un partido. Hay algo más. Hay mucha rabia, y mucho dolor, y mucha frustración acumuladas en todos esos tipos que miran la tele. Son emociones que no nacieron por el fútbol. Nacieron en otro lado. En un sitio mucho más terrible, mucho más hostil, mucho más irrevocable. Pero a nosotros, a los de acá, no nos cabe otra que contestar en una cancha, porque no tenemos otro sitio, porque somos pocos, porque estamos solos, porque somos pobres. Pero ahí está la cancha, el fútbol, y son ellos o nosotros. Y si somos nosotros el dolor no va a desaparecer, ni la humillación ha de terminarse. Pero si son ellos. Ay, si son ellos. Si son ellos la humillación va a ser todavía más grande, más dolorosa, más intolerable. Vamos a tener que quedarnos mirándonos las caras, diciéndonos en silencio «te das cuenta, ni siquiera aquí, ni siquiera esto se nos dio a nosotros».
Así que están ahí los tipos. Los once nuestros y los once de ellos. Es fútbol, pero es mucho más que fútbol. Porque cuatro años es muy poco tiempo como para que te amaine el dolor y se te apacigüe la rabia. Por eso no es sólo fútbol.
Y con semejantes antecedentes de tarde borrascosa, con semejante prólogo de tragedia, va este tipo y se cuelga para siempre del cielo de los nuestros. Porque se planta enfrente de los contrarios y los humilla. Porque los roba. Porque delante de sus ojos los afana. Y aunque sea les devuelve ese afano por el otro, por el más grande, por el infinitamente más enorme y ultrajante. Porque aunque nada cambie allá están ellos, en sus casas y en sus calles, en sus pubs, queriéndose comer las pantallas de pura rabia, de pura impotencia de que el tipo salga corriendo mirando de reojito al árbitro que se compra el paquete y marca el medio.
Hasta ahí, eso solo ya es historia. Ya parece suficiente. Porque le robaste algo al que te afanó primero. Y aunque lo que él te robó te duele más, vos te regodeás porque sabés que esto, igual, le duele. Pero hay más. Aunque uno desde acá diga bueno, es suficiente, me doy por hecho, hay más. Porque el tipo además de piola es un artista. Es mucho más que los otros.
Arranca desde el medio, desde su campo, para que no queden dudas de que lo que está por hacer no lo ha hecho nadie. Y aunque va de azul, va con la bandera. La lleva en una mano, aunque nadie la vea. Empieza a desparramarlos para siempre. Y los va liquidando uno por uno, moviéndoseal calor de una música que ellos, pobres giles, no entienden. No sienten la música, pero sí sienten un vago escozor, algo que les dice que se les viene la noche. Y el tipo sigue adelante.
Para que empiecen a no poder creerlo. Para que no se lo olviden nunca. Para que allá lejos los tipos dejen la cerveza y cualquier otra cosa que tengan en la mano. Para que se queden con la boca abierta y la expresión de tontos, pensando que no, que no va a suceder, que alguno lo va a parar, que ese morochito vestido de azul y de argentino no va a entrar al área con la bola mansita a su merced, que alguien va a hacer algo antes de que le amague al arquero y lo sortee por afuera, de que algo va a pasar para poner en orden la historia y que las cosas sean como Dios y la reina mandan, porque en el fútbol tiene que ser como en la vida, donde los que llevan las de ganar ganan, y los que llevan las de perder pierden. Se miran entre ellos y le piden al de al lado que los despierte de la pesadilla. Pero no hay caso, porque ni siquiera cuando el tipo les regala una fracción de segundo más, cuando el tipo aminora el vértigo para quedar de nuevo bien parado de zurdo, ni siquiera entonces van a evitar entrar en la historia como los humillados, los once ingleses despatarrados e incrédulos, los millones de ingleses mirando la tele sin querer creer lo que saben que es verdad para siempre, porque ahí va la bola a morirse en la red para toda la eternidad, y el tipo va a abrazarse con todos y a levantar los ojos al cielo. Y no sé si él lo sabe, pero hace tan bien en mirar al cielo.
Porque el afano estaba bien, pero era poco. Porque el afano de ellos era demasiado grande. Así que faltaba humillarlos por las buenas. Inmortalizarlos para cada ocasión en que ese gol volviese a verse una vez y otra vez y para siempre, en cada rincón del mundo. Ellos volviendo a verse una y mil veces hasta el cansancio en las repeticiones incrédulas. Ellos pasmados, ellos llegando tarde al cruce, ellos viéndolo todo desde el piso, ellos hundiéndose definitivamente en la derrota, en la derrota pequeña y futbolera y absoluta y eterna e inolvidable.
Así que señores, lo lamento. Pero no me jodan con que lo mida con la misma vara con la que se supone debo juzgar a los demás mortales. Porque yo le debo esos dos goles a Inglaterra. Y el único modo que tengo de agradecérselo es dejarlo en paz con sus cosas. Porque ya que el tiempo cometió la estupidez de seguir transcurriendo, ya que optó por acumular un montón de presentes vulgares encima de ese presente perfecto, al menos yo debo tener la honestidad de recordarlo para toda la vida. Yo conservo el deber de la memoria.

domingo, 14 de octubre de 2012

"La Municipalidad de San Isidro es el Estado y el Estado existe para gestionar el bien común, no para desentenderse."

Entrevistamos al Dr. Luis Sprovieri, abogado del Intituto Polar, para que nos ponga al tanto de las novedades en relación al agua contaminada en Villa Adelina.


¿Cómo llega usted a asumir la defensa de los vecinos de Villa Adelina?
LS: En realidad los vecinos se acercaron en su momento a POLAR (Instituto de Formación en Políticas Argentinas), que es una organización no gubernamental con actuación en la zona norte del conurbano, particularmente en los partidos de Vicente López y San Isidro. Polar es un espacio plural de profesionales jóvenes provenientes de distintas vertientes ideológicas que se dedica, fundamentalmente, a asistir técnicamente a otras ONGs. En Polar hay abogados, sociólogos, publicistas, politólogos, médicos, que advirtieron la necesidad de asistir técnica y profesionalmente a instituciones que están en contacto directo con los vecinos y la comunidad. En lo personal y profesional, me interesan las causas de interés público y alcance colectivo y, desde ahí, asumí con mucho entusiasmo la defensa de la causa del tanque de Villa Adelina.
¿Cuál es el rol que juega en esta historia la Cooperativa Barrio Arca?
Según nos relatan los vecinos, una cooperativa del barrio (Cooperativa Barrio Arca) gestiona desde hace décadas el bombeo de agua desde la napa hasta el tanque comunitario de la calle Rastreador Fournier. Se ocupa también  del mantenimiento de ese equipamiento, que está en estado paupérrimo. Se trata de una cooperativa regularmente constituida pero cuyo funcionamiento efectivo, es decir, con autoridades regularmente constituidas y de actuación comprobable, es por lo menos dudoso.
Cuando empezaron los cuestionamientos sobre la potabilidad del agua, las autoridades de la cooperativa adoptaron una postura insólita. Comenzaron a confundir a los vecinos con información parcial o errada, exhibieron análisis incompletos y se dedicaron a atacar a quienes hacían notar las contradicciones. Por ejemplo, los informes que exhibe la Cooperativa, y que ha acompañado al expediente judicial, se refieren sólo a análisis bacteriológicos. Hasta ahora la Cooperativa nunca ha mostrado análisis de minerales, metales u otros elementos, que constituyen el verdadero problema del agua de Villa Adelina. La presencia de bacterias es de rápida y económica solución. Los otros elementos, en cambio, requieren procesos de potabilización que en algunos casos son costosísimos y que no se justifica adoptar para este universo de usuarios.
Últimamente la cooperativa ha lanzado una campaña de oposición a la solución que propone el municipio por considerarla costosa. Lo que la Cooperativa oculta nuevamente a los vecinos es que la instalación, mantenimiento y operación de una planta potabilizadora para los barrios Arca y Tanque sería muchísimo más costosa que la conexión a la red de AySA.
Y además, la cuestión siempre estuvo teñida de rivalidades y actitudes intimidatorias que hacen pensar que en Villa Adelina está seriamente comprometida la paz social.
En lo personal, no alcanzo a comprender la postura de la Cooperativa Barrio Arca. Tuvo la oportunidad de ponerse al frente del reclamo de los vecinos, liderarlos y legitimarse como representante barrial y la desperdició lamentablemente.
¿Cuál es la posición de la Municipalidad de San Isidro y qué soluciones propone?
Desde un principio advertimos, y así lo sostuvimos ante la Justicia, que el gravísimo problema del agua contaminada en Villa Adelina se enfrentaba con el muro de otra de las consabidas disputas jurisdiccionales que detienen el progreso de los argentinos. En este caso, todas las entidades y estamentos gubernamentales involucrados coinciden en señalar la gravedad del problema pero argumentan que no les corresponde solucionarlo. Así, AySA se excusa por no tener presupuesto asignado para esta obra, los organismos provinciales se desentienden, los entes de contralor federal miran desde muy lejos, y la Municipalidad de San Isidro argumenta una combinación de ambas excusas: no me toca solucionarlo y no tengo dinero para hacerlo.
Por nuestra parte, insistimos en la vigencia del derecho fundamental -con protección constitucional- del acceso al agua potable. En este tema surge bien claro que ante una necesidad tan fundamental surge un derecho, y ese derecho está siendo violado en Villa Adelina.
En la última semana los vecinos de Villa Adelina, con nuestra asistencia, se reunieron con el Secretario de Gobierno de la Municipalidad de San Isidro, Dr. Rivas. Estuvieron presentes también el Secretario de Obras Públicas, Ingeniero García y el Concejal oficialista Pablo Fontanet. En esa reunión la Municipalidad propuso avanzar con la obra de instalación de la red mediante el sistema de contratación por cuenta de terceros. Es decir, que el municipio gestiona una obra que en definitiva pagan los vecinos hoy afectados.
¿Qué piensa usted de esta postura?
Como primera medida, resulta contradictorio sostener que no existe responsabilidad o incumbencia, cuando es el mismo municipio el que reconoce contar con los instrumentos legales necesarios para administrar la obra y llevar agua potable a los vecinos. En verdad, es lamentable que haya que llegar a esta instancia, con una acción judicial en curso, y una considerable movilización vecinal, para llamar la atención del Estado municipal. Nos consta, por documentación a la que tuvimos acceso, que la Municipalidad de San Isidro conoce esta problemática de Villa Adelina desde hace varios años. Hemos dicho en presentaciones judiciales, y lo reiteramos aquí, que el Estado ha estado ausente de Villa Adelina en este tema, como si todo pudiera dejarse librado a la iniciativa privada.
Por otro lado, la solución que propone la Municipalidad de San Isidro es conceptualmente perversa y regresiva. Para que la obra pueda llevarse a cabo bajo esta modalidad, el 65% de los vecinos afectados debe manifestarse de acuerdo. Esto quiere decir que si no se alcanza ese porcentaje, la obra no puede realizarse. En otras palabras, por ejemplo, si un 40 %, por desconocimiento o por cualquier otro motivo, decide no votar a favor de la obra, podría imponerle al 60% restante que se siga envenenando al ingerir solventes o nitratos que son, entre otras, las sustancias presentes en el agua de Villa Adelina. Indudablemente, es una locura. Pero además, el mecanismo que propone el municipio implica que sólo quienes puedan pagar tendrán agua potable. Los jubilados y los carenciados, por ejemplo, deben seguir envenenándose. Un disparate.
En todo caso, debería financiar la obra el municipio y arreglar después con AySA. La Municipalidad no puede pretender que los vecinos se ocupen por su cuenta de esa gestión compleja. Nuevamente, la Municipalidad de San Isidro es el Estado y el Estado existe para gestionar el bien común, no para desentenderse.  Y teniendo en cuenta que el costo total de la obra es menor al costo de asfaltar 8 cuadras, lo cual implica menos del 0,5% del presupuesto municipal, es inconcebible que estemos en esta situación.
Con todo, nos alegra que el municipio finalmente se involucre y no seremos nosotros quienes obstruyamos su gestión. Quizás por este camino el ejecutivo municipal se comprometa cada vez más con la problemática hasta advertir el grave error de su postura. Pero no queremos ganar discusiones, queremos conseguir agua potable para 600 familias afectadas.
¿Hay un proyecto presentado en el Concejo Deliberante, que alcances tiene?
En el Concejo se presentaron tres proyectos relacionados al tema, dos pedidos de informes, uno de ellos por la Concejal Longo del FAP y el otro por el presidente del bloque oficialista Carlos Castellano. Esos proyectos no hicieron foco en la solución del problema sino en cuestiones accesorias del conflicto. El proyecto que sí avanza sobre la solución concreta y definitiva se debe al Concejal Leandro Martín del Frente para la Victoria, que pide al Ejecutivo municipal que incorpore la partida presupuestaria necesaria para realizar la obra, financiándola con los fondos del presupuesto 2013, que está pronto a debatirse.
¿El proyecto del Concejal Leandro Martín no se contrapone a la posición de la Municipalidad de San Isidro?
Claro que si. Por un lado el municipio sostiene que sólo puede hacer la obra trasladándole el costo a los vecinos. Por otro lado, el Concejal Martín sostiene y plantea que la obra debe pagarse con el presupuesto municipal. Así lo expusieron también los vecinos ante el Secretario de Gobierno, Dr. Ricardo Rivas, quien ha reconocido que se podría pagar la obra del presupuesto pero que eso marcaría una tendencia o sentaría un precedente peligroso porque otros vecinos de San Isidro reclamarían otras obras, que también deberían pagarse con presupuesto municipal. Según el funcionario, el municipio sólo recurre a su presupuesto para cuestiones que refieren a temas sensibles como salas de salud. Nuevamente, se demuestra la reticencia del municipio a tomar a su cargo la solución del problema; curioso criterio aplica el funcionario al considerar sensible una sala de atención médica y no así la provisión de agua potable para más de 2400 personas que, por consumir agua contaminada, necesitarán en el futuro de esa misma atención médica.
Por último, ¿cuál es el estado de la acción de amparo?
El expediente sigue su trámite. La jueza ha dispuesto recientemente designar un perito químico para que analice el agua de Villa Adelina y emita dictamen al respecto. No se conoce aún el nombre de ese perito. Nos parece una medida innecesaria, especialmente cuando todos los organismos involucrados se han expedido por escrito reconociendo que el agua del tanque de Villa Adelina no es apta para consumo humano. Esos mismos organismos insistieron en sus conclusiones técnicas al contestar la demanda de amparo. Es decir, estamos volviendo a probar algo que ya está demostrado de sobra. La Municipalidad tampoco coopera. De las ocho entidades demandadas en el amparo, sólo la Municipalidad de San Isidro obstruye el trámite oponiéndose a todas las presentaciones de los vecinos. Otra paradoja sin duda, el Estado municipal, que debe propender al bienestar de los vecinos, obstruye un reclamo cuya legitimidad reconoce. Por nuestra parte, seguiremos luchando para volver a poner las cosas en su lugar y ayudar a que la gente vuelva a confiar en las instituciones de la República.