Por Ariel Gómez Barbalace (Docente y Director del Área de Educación y Cultura del Instituto POLAR)
Nada. Nada nuevo. El escenario repetido, con actores repetidos, con guiones repetidos. Fecha de inicio del ciclo lectivo, los
docentes que piden un justo aumento, los gobiernos sin proyecto, ajustando el
futuro de una sociedad por el sueldo de quienes tienen un lugar fundamental en
esa construcción.
“¿Qué hago con los
pibes si no hay clases?” se preguntan las familias atormentadas por un ritmo de
vida en donde los niños estorban. Se bancan el trastorno un par de días, pero
luego se las agarran con los maestros… “que faltan siempre, que tienen la mitad
del año de vacaciones, que trabajan cuatro horas”. Y estas mentiras, repetidas
e instaladas como verdad, presionan a los gremios que termina cerrando un acuerdo,
muy lejano a lo deseable, pero que permite poner la rueda en movimiento… seguir…
una vez más. Otra vez, sin haber repensado nada, sin haber cambiado nada, sin
haber aprehendido nada. Nada nuevo, todo viejo.
¿Y por San Isidro? Muchos de los niños comenzarán sus clases, claro, porque muchos van a escuelas privadas. Los que pueden y los que
no. Nada nuevo por aquí tampoco, una geografía naturalizada por nuestros pagos. Pero los docentes de
esos establecimientos privados no son muy distintos, ni ganan demasiado mejor. Sólo
que las arbitrariedades posibles en el ámbito privado terminan condicionando y
produciendo un docente más dócil a los maltratos.
Pero que el maltrato que ejerzo nunca es gratuito. El maltrato
de un sistema que le da al docente una responsabilidad enorme, pero que le
ofrece una carrera, donde los sueldos y la formación distan mucho de lo mínimo
necesario para ejercer su rol de manera adecuada. Claro que hay excepciones.
Muchas. Pero estas se explican por situaciones y características personales,
que van contra lo que se propone desde el sistema instituido. El maltrato
y la violencia están. Un síntoma, entre otros, es que la cantidad de licencias psiquiátricas en el gremio
docente aumentan cada año. Y aparecen los nombres raros: burnout, stress. La violencia está. Y es un todos contra todos: padres,
directivos, docentes, niños.
La violencia está.
Y un día explota un “Tribilín”. La violencia que toma una forma aberrante, que
le pega un palo en la nuca a nuestra sensibilidad. Pero sólo porque adquiere una
forma excepcional, poco vista, no aceptada, en un sistema que violenta a todos (niños,
familias, docentes) cotidianamente y con naturalidad. Pedimos el linchamiento público
de las docentes, el juicio político a los gobiernos. Pedimos culpables, tal vez
como una forma de no preguntarnos nunca nada y de seguir del mismo modo. Que
por conocido nos debe quedar cómodo. Nada nuevo, viejo.
Y no vaya a ser que
nos suban las cuotas de los colegios para aumentarle a los docentes o que un
gobierno desoiga el pedido de mas patrulleros e invierta en reestructurar todo
el sistema docente, desde la formación hasta el sueldo, asumiendo la
importancia que ese rol tiene en una sociedad, e instaurando una carrera digna,
respetable y de excelencia, para todos. No vaya a ser que pensemos en las responsabilidades de cada uno en lo que hace a lo público, a lo de todos. No vaya a ser que leamos las propuestas de los políticos sobre la educación, que les exijamos definiciones y no slogans y que nos comprometamos con que sea un tema prioritario en la agenda pública. No vaya a ser que hagamos algo nuevo... ¿o si?.