Ayer murió un hombre. A miles de kilómetros de casa, en un
país que no hemos tenido el gusto de visitar. Murió un hombre al que no hemos
conocido, al que no hemos estrechado su mano, al que no hemos visto de frente
su rostro. Como tampoco lo ha hecho ninguno
de los que por aquí, ya hace meses y con un odio que nos
resulta inexplicable, vienen saboreando
su muerte.
Ayer murió un hombre del que sólo supimos por los medios, de
los cuales, hace tiempo hemos aprendido a desconfiar. De él se ha hablado
incansablemente, adjudicándole los adjetivos más antagónicos posibles. Qué fue
un revolucionario, que los humildes lo aman, que ha transformado el país más
rico y desigual del continente devolviéndoles la dignidad a las mayorías. Y también que fue un dictador, un demagogo,
que ha sembrado la violencia y la división en una sociedad.
Ayer murió un hombre a
miles de kilómetros de casa y un amigo
puso su foto en el facebook, mientras la vecina celebraba la noticia de su
muerte.
Desde aquí, con una distancia mediada por un abismo de información
tendenciosa, nosotros, como
trabajadores de la palabra y la comunicación, como seres conscientes del valor
del lenguaje en la realización la experiencia humana, nos conmovemos ante un
dato que, en medio de las controversias, nos parece irrebatible: en los últimos
años, en Venezuela se han alfabetizado a 2 millones de personas. ¿Hay algún
hecho político que pueda ser más parecido a la LIBERTAD que esto? Y sumado a
esto, los indicadores sociales, vertidos por organismos internacionales son
contundentes: todos muestran una evolución positiva como ningún otro país de la
región.
No conocimos a aquel hombre, pero su memoria merece todo nuestro respeto.
Dejamos el línk de un artículo del Diario La Nación con algunos números de su tiempo. Aquí